vendredi 11 octobre 2013

EL SALARIO DE LA VENGANZA CPT. 12.




EL día punteó sin nubes, se vistió de sus mejores colores invernales y cuando salió el sol,
comenzó ha calentar nuestros cuerpos del frió pasado en aquel bosque, que dejábamos al instante, donde pasáramos la noche escondidos de los raptores de Joan.

Coronamos tres montículos y colgado al tercero, apareció un pueblo y nuestro descanso.
Pagamos las habitaciones y nos dispusimos has comer, Joan me hizo participe de sus temores,
después de darme las gracias por haberle liberado.
Me explicó que aquel rapto olía a podrido, sus raptores venían con ordenes, de un ministro
que intenté llevar ante la justicia y que se salió con la suya una vez más.

Joan se levantó penosa mente de la silla, diciéndome que subía a su habitación ha buscar
las notas que pudo recopilar durante su encierro, antes que llegaran sus hombres.
Le hice sentarse, yo me ocupo. Subí al segundo piso y removí todos los cajones y otros sin encontrar nada. Bajé pensando que con el cansancio lo tenia y no se avía dado cuenta.

Cuando empujé la puerta del restaurante, el barman me tendió una nota diciéndome,
de parte de su amigo, que se ha marchado con unos señores.
Abrí la hoja con incredulidad. Siento no haberme despedido, pero te explicaré todo en dos
semanas en Nancy.

EL puto calibre y unas manos expertas hicieron avanzar nuestra cita de una semana.
Oficialmente, después de una gran depresión, avía puesto fin a su existencia.

Pero yo conocía la verdad y el nombre del culpable y no dejaré pasar la ocasión, de una venganza dedicada, a dos hijos y una madre.
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Faltaban tres meses para apagar las seis velas, cuando nos dieron 15 días de vacaciones,
para atacar la recta final con renovadas fuerzas.

La vista desde mi barco hacia la costa, repleta de bellas mansiones entre grandes pinos sombrilla era tranquila, apenas bañada por los primeros rayos de sol.

La villa que me interesaba, brillaba con sus colores de un amarillo, que con los rayos de sol pasando entre los pinos, le daba una resplandor particular.

Puse varias veces en marcha el pequeño helicóptero, para asegurarme de su buen funcionamiento,
después, con mucha atención cargué el pequeño aparato con el explosivo, que descargaría toda su
furia sobre la casa del ministro asesino minutos después.

Me acordé de lo que siempre me decía el profesor de medio ambiente y pensé si la vida de pobre es mejor al sol, la muerte del rico seria también más simpática.

Me alejé de aquel bum familiar, constatando que avía cargado demasiado de nitro el aparato volador, la honda expansiva hizo moverse como plumas,  los yates que fondeaban, a unos 200 mtr.

Aticé los gases y llegué a Nice, con el ruido que hacían todas aquellas sirenas de ambulancias y bomberos. Saqué los pulpos y los aparejos de bucear, me dirigí a la caseta del encargado de aquel material y después de pagar, cojo un taxi para llegar al hotel.



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