mardi 13 août 2013

EL SALARIO DE LA VENGANZA Cap.10 Viaje a Arabia S.



El invierno del 1984, fue de una crudeza histórica, llegamos hasta menos 35 grados en los Vosgues, donde tenían una bonita propiedad mis suegros.

Recuerdo como pestaba Philippe, cuando tenia que poner en marcha algún camión. El gasoil se helaba, las cerraduras y los tubos de agua que no estaban aislados, o enterrados a cincuenta centímetros reventaban, con la presión que ejercía el agua al pasar de liquido a solido.

Mi suegro tenia una empresa, que también se dedicaba ha enyesar, restaurar Iglesias y edificios antiguos.

El hombre era un gran profesional y una buena escusa para su amigo Marc, cuando alguien preguntaba por mi. Era corriente entre empresarios de prestarse a los obreros, para finalizar en su tiempo los trabajos, para así evitar penalizaciones, por retrasos de obras.

Marc y Philippe eran grandes amigos desde la infancia. El padre de mi suegro, fue el primer obrero que tuvo, el progenitor de Marc, cuando fundó la empresa en el año 1925.

ººººººººº

Después de haber barrido, una superficie que consumiera 20 cepillos de pelo duró de plástico
y otras tantas escobas. Hablé con Marc, para que me pasara al equipo, que en dos meses partiría rumbo a Arabia S. Para finalizar los trabajos en el palacio, de su alteza real.

Tenia ordenes de Bruselas de viajar con los obreros y traerles un dossier lo más completo posible, de los diferentes sitios estratégicos y un máximo de información de sus dignatarios.

Llegamos sobre las 3 de la tarde, bajo un sol plomizo, hacia tanto calor que si tirabas agua al suelo, se evaporaba antes de llegar.

La cosa no seria sencilla, aun teniendo visas especiales, nos vigilaban muy estrechamente.

Al día siguiente, fuimos escoltados a el palacio y hasta la semana siguiente, no bajaron la guardia.

En esta época empezaban ha equiparse de ordenadores y estaban trasladando, miles de dossier,
hasta una sala de unos mil m2. Nosotros teníamos que hacer un especie de gran sarcófago,
que escondería todos estos dossier y los aislaría de miradas indiscretas, hasta que todo estuviese
informatizado.

Se trataba de hacer tabiques en placas de yeso, completamente cerrados y pintado de una pintura especial, que dejaría ver cualquier mínimo rasguño.

Yo fui unos de los montadores y pude después de muchos intentos, en una esquina introduje un
cable, extremamente fino, pero resistente. Que cada noche desmontaba y volvía ha disimular, cuando llegaba la madrugada.

Estuve como tres semanas, noche tras noche, fotografiando todo lo que me parecía relevante.

A los dos meses, llegaron vía París el equipo de limpieza, que yo quitará un tiempo atrás.
Después de ayudar al Momo y los suyos ha instalarse, nuestra labor tocaba su fin.

Nos disponíamos ha partir al aeropuerto, cuando aparecieron dos Lang Robert y descendió
un Árabe de unos treinta años, que se dirigió hacia nosotros.


Yo pensé en la Arguila de un metro diez, que había cogido prestada, de uno de los salones donde
el baranda se ponía ciego. Cinco kilos de oro de 24 k.
Cada trozo se ajustaba al siguiente, con una precisión, de relojero.

El joven se dirigió a nuestro jefe de equipo y con una sonrisa le entregó un sobre, de parte de
su majestad, por el buen trabajo realizado durante aquellos meses.

Nuestro encargado con la voz temblorosa, le dijo merci milord. El moro sonrió condescendiente- mente y se alejó con un gesto estudiado, ejecutado con su capa blanca.

Llegamos en el tren proveniente de parís y mi bella dama esperaba en el anden con mi pequeña.

Mientras avanzábamos por el pasillo mirándolas, sentí cuanto las amaba.



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