samedi 21 septembre 2013

CUENTO 3 EL VIEJO SABIO

                       

Allá casi en los sesenta, vivían unas gentes muy pobres en las laderas de unas pequeñas montañas, en las cuales avían horadado una serie de grutas, donde mal vivían.

Pero dentro de estas cuevas,
en verano no hace calor y en el invierno no hace frio. Por el contrario aquella oscura humedad,
para los niños no era recomendable, así que pasábamos mucho tiempo al exterior.

Todos los padres y madres solían trabajar en el campo de sol a sol, otros en las minas y el resto eran niños o viejos, os podéis imaginar los “estragos” de unos 60 niños y niñas, campando a sus anchas.

Bajando la ladera, mi cueva se situaba en el lado izquierdo y era la segunda. La primera cueva
que distaba de la nuestra como 80 metros, estaba ocupada por un viejo hombre con largas barbas
y unas melenas blancas como su barba, atadas en cola de caballo.

Aquel hombre nos inquietaba y al mismo tiempo nos fascinaba, el caso que nosotros de edades
muy diferentes, queríamos saber cosas de nuestro vecino.

Y nuestra forma de comunicar dejaba mucho que desear, unas veces le tirábamos piedras,
otras le colgábamos unos cuantos higos chumbos, o higos de barbarie, para cuando llegaba de noche se le pegaran en sus cabellos, con todas las pinchas que tienen.

El viejo hombre, cuando salia por las mañanas, nunca no hizo un solo reproche por las maldades que le infringíamos, al contrario nos daba brevas de su higuera y algunos tomates de su pequeño huerto, que nosotros tantas veces pisoteáramos.

Una tarde, veníamos con el carretón que teníamos para traer el agua a casa con los dos cantaros llenos.Uno de mis hermanos quiso asustar al vecino, que se
encontraba encima de su cueva poniendo unas piedras.

El peñas cazo que mi hermano lanzó, rebotó en la pared y fue ha parar sobre los dos cantaros,
rompiéndolos y privándonos de aquel liquido tan preciado, que vamos ha buscar, a 4 kilómetros todos los días.

Ya casi en la penumbra, oímos un chirriar que los 4 hermanos conocíamos muy bien. Era la bicicleta del padre que se acercaba penosa mente.
Cuando se paró a nuestro lado, nos alumbro con su linterna y de su boca salio la temida pregunta, “que ha pasado a qui” ¡A buenas noches señor Luis.

El señor luis tenia una ocasión de vengarse y de que lo dejáramos en paz para siempre.

Por el contrario, avanzando hacia nuestro padre el hombre, se de sacia en disculpas diciendo que era su culpa, pues sin querer una de mis piedras mal puesta, ha debido descolgarse y hacer tal estropicio. Pero usted no se preocupe que yo les dejaré mis cantaros, hasta que pueda comprarle otros.

Mi padre que fue un hombre recto, contestó al vecino que no se preocupara, que entendía que avía sido un pequeño accidente y que para el estaba zanjado.
El señor Luis nos puso en el carro uno de
sus cantaros lleno y con la luz de la linterna hicimos el resto del camino.

Entrado a la cueva pudimos ver mas claro ala luz de los quinques y las velas que yo coja prestadas de las iglesias. Pero nuestro padre también veía más claros nuestros rostros, descompuestos por aquella lección que nos acababa de dar aquel gran hombre.

El padre nos hizo sentar y nos preguntó si teníamos algo que contarle. No recuerdo quien de nosotros fue, comenzó y explico toda las historias que le aviamos hecho vivir a nuestro vecino.

Nos hizo prometer que al dial siguiente le pediríamos perdón y pasaríamos las vacaciones
trabajando para el y así arreglar todos los desperfectos, causados gratuitamente.


Al día siguiente, nos presentamos ante la puerta en tela gruesa marrón y llamamos al vecino varias veces, como no contestaba, después de algunas miradas y susurros, decidimos entrar.

Era un cuarto no muy grande completamente vació y en el centro se encontraba una maleta de cartón duro, con un escrito que decía, usted sabrá que hacer y el nombre de nuestro padre.

Por la noche, con el padre de vuelta le entregamos la maleta, se retiro a su cuarto y cuando salió una hora más tarde, algo en el avía cambiado, nos miró con una gran sonrisa y dijo a cenar¡

Y colorin colorado, este cuento no se ha acabado, hasta que encontremos al viejo sabio.


Migueliux.      

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