vendredi 12 avril 2013

SALARIO DE LA VENGANZA . CAP.1 MI BARQUERA Y LA VIEJA IGLESIA.





Tengo un imborrable recuerdo en el parque de retiro, en una barca mojada por un agua color esmeralda y cargada de un futuro en gestación. Que se vislumbraba radiante, como los reflejos nacientes del estanque, acariciada por el sol.

El capitán era un joven de veintisiete años, delgado de no tener tiempo para comer. Una joven de veinticuatro años Francesa y una niña de un año, fruto del naciente amor. Se conocían el tiempo de hacer lo necesario, para que todo aquello hubiese sido posible.

La conocí en una discoteca de Barcelona que regentaba su amigo Paúl y que todos llamábamos Polo. Hablo en pasado porque estábamos tomando algo en su memoria.
Dos tipos en una moto, lo habían abatido de dos tiros en la cabeza dos días antes.

Sin ganas de fiesta, me acerque aquella bella solitaria que agasajara tantas y tantas veces, con las rosas paseadas en los frágiles brazos de la gente pobre de la noche.

Salimos de aquel recuerdo doloroso, cogimos un taxi dirigiéndonos sin saberlo, hacia lo que serian hasta hoy, treinta y cinco años de todo lo que os quiero contar.

                            ººººººººººººººººº

Empezaban los años ochenta y mi empleo consistía en limpiador a sueldo de la unidad secreta, que habían creado después del atentado que hizo volar por los aires muchas viejas esperanzas.

Era un día de invierno crudo, mojado por una lluvia fina, que te penetra el alma, el sonido urgente del teléfono me saco de la cama y al otro lado una voz tan desagradable, como el ringle telefónico, medió una dirección extraña, me desplace hasta allí, apercibiendo una vieja iglesia en lo alto de la colina.

Los tres golpes que propine, aquel viejo e impresionante portón, con el mango del machete de cuarenta centímetros de hoja, sesgaron la oscura noche y se encendieron algunas gargantas perrunas.

pasaron unos minutos, cuando sin prevenir, se abrió de golpe un pequeño ventanuco y en el apareció como una foto en un cuadro, una cara rechoncha nada amable. Con un gruñido me pregunto ¿que quería?

Le expliqué la cosa que me traía allí y sin responder cerro de un fuerte golpe el chivato y con chirriantes esfuerzos, me abrió el portón haciéndome una señal para que entrará.

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