Allá casi en los sesenta, vivían
unas gentes muy pobres en las laderas de unas pequeñas montañas, en las cuales avían horadado una serie de grutas, donde mal vivían.
Pero dentro de estas cuevas,
en verano no hace calor y en el
invierno no hace frio. Por el contrario aquella oscura humedad,
para los niños no era recomendable,
así que pasábamos mucho tiempo al exterior.
Todos los padres y madres solían
trabajar en el campo de sol a sol, otros en las minas y el resto eran
niños o viejos, os podéis imaginar los “estragos” de unos 60
niños y niñas, campando a sus anchas.
Bajando la ladera, mi cueva se situaba
en el lado izquierdo y era la segunda. La primera cueva
que distaba de la nuestra como 80
metros, estaba ocupada por un viejo hombre con largas barbas
y unas melenas blancas como su barba, atadas en cola de caballo.
Aquel hombre nos inquietaba y al mismo
tiempo nos fascinaba, el caso que nosotros de edades
muy diferentes, queríamos saber cosas
de nuestro vecino.
Y nuestra forma de comunicar dejaba
mucho que desear, unas veces le tirábamos piedras,
otras le colgábamos unos cuantos higos
chumbos, o higos de barbarie, para cuando llegaba de noche se le pegaran en sus cabellos, con todas las
pinchas que tienen.
El viejo hombre, cuando salia por las
mañanas, nunca no hizo un solo reproche por las maldades que le infringíamos, al contrario nos daba brevas de su higuera y algunos
tomates de su pequeño huerto, que nosotros tantas veces
pisoteáramos.
Una tarde, veníamos con el carretón que teníamos para traer el agua a casa con los dos cantaros llenos.Uno de mis hermanos quiso
asustar al vecino, que se
encontraba encima de su cueva poniendo unas piedras.
El peñas cazo que mi hermano lanzó, rebotó en la pared y fue ha parar sobre los dos cantaros,
rompiéndolos y privándonos de aquel liquido tan preciado, que vamos ha buscar, a 4 kilómetros todos los días.
encontraba encima de su cueva poniendo unas piedras.
El peñas cazo que mi hermano lanzó, rebotó en la pared y fue ha parar sobre los dos cantaros,
rompiéndolos y privándonos de aquel liquido tan preciado, que vamos ha buscar, a 4 kilómetros todos los días.
Ya casi en la penumbra, oímos un
chirriar que los 4 hermanos conocíamos muy bien. Era la bicicleta
del padre que se acercaba penosa mente.
Cuando se paró a nuestro lado, nos alumbro con su linterna y de su boca salio la temida pregunta, “que ha pasado a qui” ¡A buenas noches señor Luis.
Cuando se paró a nuestro lado, nos alumbro con su linterna y de su boca salio la temida pregunta, “que ha pasado a qui” ¡A buenas noches señor Luis.
El señor luis tenia una ocasión de
vengarse y de que lo dejáramos en paz para siempre.
Por el contrario, avanzando hacia
nuestro padre el hombre, se de sacia en disculpas diciendo que era su culpa, pues sin querer una
de mis piedras mal puesta, ha debido descolgarse y hacer tal estropicio. Pero usted no se
preocupe que yo les dejaré mis cantaros, hasta que pueda comprarle otros.
Mi padre que fue un hombre recto,
contestó al vecino que no se preocupara, que entendía que avía
sido un pequeño accidente y que para el estaba zanjado.
El señor Luis nos puso en el carro uno de
El señor Luis nos puso en el carro uno de
sus cantaros lleno y con la luz de la
linterna hicimos el resto del camino.
Entrado a la cueva pudimos ver mas
claro ala luz de los quinques y las velas que yo coja prestadas de
las iglesias. Pero nuestro padre también veía más claros nuestros
rostros, descompuestos por aquella lección que nos acababa de dar
aquel gran hombre.
El padre nos hizo sentar y nos preguntó
si teníamos algo que contarle. No recuerdo quien de nosotros fue,
comenzó y explico toda las historias que le aviamos hecho vivir a
nuestro vecino.
Nos hizo prometer que al dial siguiente
le pediríamos perdón y pasaríamos las vacaciones
trabajando para el y así arreglar
todos los desperfectos, causados gratuitamente.
Al día siguiente, nos presentamos ante
la puerta en tela gruesa marrón y llamamos al vecino varias veces, como no contestaba,
después de algunas miradas y susurros, decidimos entrar.
Era un cuarto no muy grande
completamente vació y en el centro se encontraba una maleta de
cartón duro, con un escrito que decía, usted sabrá que hacer y el
nombre de nuestro padre.
Por la noche, con el padre de vuelta le
entregamos la maleta, se retiro a su cuarto y cuando salió una hora más tarde, algo en el avía
cambiado, nos miró con una gran sonrisa y dijo a cenar¡
Y colorin colorado, este cuento no se ha
acabado, hasta que encontremos al viejo sabio.
Migueliux.
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