Joan se reía a carcajadas con mis
historietas, cuando llegamos delante de la barrera que se abrió con un gran saludo de Maco y
Manel. Condujo tres kilómetros y llegando a la gran puerta de madera de Iroko, Joan exclamó entre sonrisas “no os priváis de nada”, el portón se cerró detrás de nosotros.
Trescientos metros apenas y vería de nuevo los dos seres que me hacían existir.
Joan se quedo con la expresión en su
faz, del que no ha venido, cuando vio la nueva cara de su cuñada. En la conversación que
habían tenido unas horas antes le explicó, pero la realidad era enorme, buscando una
razón para creerla, posó su mirada sobre mi pequeña, que retozaba en mis brazos, vio a
toda la familia y como mi princesa no es nada salvaje, cuando Joan le extendió los
brazos, le regaló una de sus mejores sonrisas, apoyando su pequeña cabecita sobre mi pecho.
Mi amada estaba feliz de vernos con
aquel joven, pero buen entendimiento. Antes de restaurarnos, fuimos a que la pequeña les
presentara las Ardillas de los pinos a su tío.
Si en esos momentos tomásemos
altura, seguramente hubiésemos visto a cualquier familia de timpanillos felices.
Estábamos paseando por las Ramblas,
cuando me acorde donde llevara tantas veces ami compadre ha comer un jamón de
infarto. Era un viejo bar típico Catalán, que hace esquina, con Conde de asalto. Entramos en
aquel garito que tantos buenos recuerdos me traía.
Cuando tenia dieciséis años
recuerdo, que unas chicas ligeras de cascos y con condones en los bolsos. Que trabajaban en la
misma calle, a unos cien metros antes de llegar a las Ramblas, en una entonces barra Americana. Que
cuatro años mas tarde, regente con mi primo Paico.
Buscando aquellos olores y
sensaciones que me procuraran aquellas Dehesas del amor. Joan me sacó de todos aquellos
recuerdos, felicitándome de aquel aperitivo y aquel cinco jotas. Equivalentes, decía, a los
orgasmos que tenias cuando lo comías.
Subimos hasta la plaza de las palomas
a unos grandes almacenes, para comprar algunos regalos a sus hijos y su mujer.
Alas nueve teníamos mesa en los
caracoles. Después de la cena entramos en la plaza real, para degustar un helado y escuchar
algunos instrumentos, que sonaban aquí y halla.
Al oír la ultima campanada, tome
consciencia que Joan le avía prometido cuando todo aquello estuviera resuelto y le dije que
estaba preparado ¿Preparado para que?, para salir de España
con tu mujer y tu hija? ¿oh para
retornar en prisión?. Mirando sus ojos, le prometí que nunca se arrepentiría de habernos ayudado.
Y tuve la impresión, de haber firmado un pacto de caballeros de dos miradas sinceras.
Tres días después un coche oficial
del consulado Francés nos trajo un porta folios, abriéndolo aparecieron los nuevos
estandartes, que presentaríamos en las fronteras.
Antes de dejar nuestro hogar tan
amado llego uno de mis hermanos, para tomar posesión de todo lo acumulado durante años en
aquellas tierras. Nos despedimos de un fuerte abrazo y los huesos cantaban, la
desesperanza de hasta cuando.?
A mi ciudad Condal.
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