ACERCA DE LOS RIESGOS DE LA
EQUIDISTANCIA
El ciudadano postmoderno es neutral, no
le interesan las guerras ajenas ni las antiguas batallas.
Se informa a través de un noticiario
rigurosamente imparcial y objetivo.
No habla de cuánto cobra y se declara
apolítico, que es más elegante.
El ciudadano postmoderno es objetivo
porque pretende ser un objeto, porque va camino de ser un objeto.
Despojado casi de la fantasía
creadora, mutilado en la esperanza, sin posibilidad alguna de
emancipación, va camino de ser un objeto.
El ciudadano postmoderno occidental es
pues, el menos humano de los humanos, el más animal de los animales,
ya que obedece a una única razón y una única función: la de
mantenimiento.
Mantenimiento de un orden y una especie
asesina.
Ese mismo.
Ese mismo hombre que renegó de la
filosofía y la armonía clásica,
el mismo que vendió su soberanía al
tanto por ciento,
el que regaló su dignidad y su ética
a los lobbys,
el que fabricó la enfermedad y la
cura,
viene hoy a hacerse el ofendido, el
estafado.
El ciudadano postmoderno, el mismo que
delegó responsabilidades y desatendió la psyque,
trata de reinventarse como puede.
Se volvió a matar de hambre a los
artistas,
compraron los medios,
hicieron ceniceros con la cara del Ché,
votaron por el amo a cambio de nada,
asumieron su discurso,
callaron cuando había que hablar...
En fin, un desastre. Y luego la Tatcher
y la OTAN.
El ciudadano postmoderno, es el único
que no recuerda quién es, porque nunca lo ha sabido.
Se encuentra tan perdido como los
antiguos, sólo que los antiguos al menos se lo hacían mirar.
Ese mismo, el mismo que subestima a sus
antepasados,
que ningunea a sus muertos,
que olvida tan fácil.
El que no vino a rendir cuentas en su
día,
viene ahora a pedir explicaciones.
El que hizo del mercado un tótem,
de la identidad una moda, comprable y
vendible,
viene ahora a darnos lecciones de
humanidad y de justicia.
Viene ahora, ahora que la clase media
ha caído como la mentira que es,
ahora que se queda sin casa y sin
trabajo,
ahora que el “American Dream” es el
“Iberican Drama”,
no es casualidad.
El ciudadano postmoderno, el que opina
mucho y arriesga poco,
el “ni de izquierdas ni de derechas”,
el de “todos los extremos son malos”,
ahora, de repente, se encuentra confuso
y desconcertado.
Y se encuentra así porque la situación
es grave,
porque la realidad es aplastante y hay
que tomar partido por cojones,
hay que ser comedor o comido.
Para nada le es útil ya la neutralidad
ni las buenas caras, el patrón es el patrón.
Como diría Gracián, “el que no tiene enemigos, tampoco suele tener amigos”.
Y en tiempos de crisis, en tiempos de
guerra, es conveniente tenerlos, es imprescindible.
Cuando las cosas se tuercen, cuando el
caos se impone,
cuando los viejos fantasmas retruenan y
se abren cicatrices,
los cementerios se llenan de inocentes.
Se llenan de personas honestas,
sencillas, imparciales.
Por eso es importante tener amigos, que
se lo digan a Esteban Trueba...
Pero para eso el precio a pagar es
alto, hay que tomar partido,
hay que tomar partido hasta mancharse,
hay que poner la propia vida en manos
de otro,
es necesario apostarlo todo,
arriesgarlo todo en favor de la causa.
Y el ciudadano postmoderno está tan
cagado de miedo que es incapaz de ofrecerse,
incapaz de reconocerse en el débil, de
mostrarse, de pensar por ahí no paso.
Es incapaz de recordar, de recordar a
Hernández, a Lorca, a Alberti, a Celaya...
Es reacio a las siglas, a los símbolos,
a los cambios,
es reacio a perder la estabilidad que
no tiene.
La lealtad vale poco dentro de la
economía de mercado,
la fidelidad es contraproducente y la
hegemonía imperante conduce a usar y tirar.
Sin embargo, cuando las cosas se
tuercen y gobierna el desgobierno,
y los hombres se matan y el dinero sólo
es papelitos de colores,
la lealtad se convierte en un artículo
de lujo.
Cuando el hambre siega, la inflación
arremete y las deudas se solapan
y apenas nos dejan decir que somos
quién somos,
es cuando más somos, es cuanto nos
queda:
la palabra dada,
el tiempo que perdimos en quimeras
y el valor añadido de la lealtad.
En términos estratégicos, la
conclusión es clara.
El que elige un bando corre el riesgo
de que el contrario lo extermine, pero es más peligroso permanecer
en tierra de nadie, sospechoso de todos.
Al fin y al cabo si se planteara la
cuestión, toquemos madera,
sería conveniente saber quién
prefieres que te mate,
o en cualquier caso, por qué merecería
la pena morir.
Ana G. Llorente los7contratebas.blogspot.com
Hasta el Hijo de un Dios, aborreció a los "tibios".
RépondreSupprimerMe parece inteligente, mordaz,emotivo, pero ante todo , valiente.
Felicidades Ana G. LLorente. Felicidades Hermano.