dimanche 5 mai 2013

SALARIO DE LA VENGANZA. MAFIAS Y CLÍNICAS. Cap:4



El auto circulaba en dirección de mi paraíso mi casa mi taller, mi mundo pequeño y hermoso, donde olvidó todos los males que la vida nos infringe.

Joan empezó a confiar en mi, cuando pudo contrastar las informaciones mías, con aquellas que escuchaba en la radio. Y desde la charla con su cuñada, me miraba más amablemente.

Y continué mi narración, cuando entramos en la ruta dirección Barcelona.

El verano de hace unos años, tenia que hacer un trabajo en Ibiza, el mismo que realicé, en otras islas. Dejar todo limpio de las mafias, que después de la muerte de Franco. Intentaban instalarse a cualquier precio, en nuestros pequeños paraísos tranquilos.

Una noche estaba invitado a aúna fiesta en un lujoso yate, que mojara en el puerto Ibicenco. Este pertenecía aun industrial Alemán, conocido por sus fiestas, en todos aquellos puertos.

Peeter el anfitrión y gran inversor, en todas aquellas islas, me hizo subir ala primera planta, donde se encontraba su despacho.
Un tipo de al menos ciento cincuenta kilos, de mala leche y buen vividor, rodeado de un lujo obsceno.

Sabia ser adorable cuando algo le interesaba. Con una gran sonrisa de bien venida, me invitó ha sentarme, en un esplendido sillón largo de cinco metros y en piel negra de pantera. Con algunas piezas, incrustadas de marfil y de oro blanco.

Fue  de inmediato a lo que le interesaba, ordenándome avanzar la cadencia de mi trabajo. Pues decía, que empezaban instalase
seriamente los Italianos y otros.

Sin dejarme hablar, siguió diciendo que si acababa mi trabajo, para navidad. Tendría un buen empezar de año, con una abultada cuenta en Suiza.

Yo que siempre voy a lo esencial. Le dije que si tenia carta blanca, aquello estaría zanjado rápidamente.

Con una sonrisa de pastoso, me propuso la ayuda que necesitara. Llamó a alguien de su equipo, diciéndole, haz subir alas chicas.

Me sirvió el mismo, un vaso de vino de vendimias tardías. Explicándome que las uvas para hacer este “divino” se recolectan alas cinco de la mañana, cuando hace una temperatura negativa. Para evitar que los gajos no se dañen, ya que son casi uvas pasas.

Aparecieron las cuatro cabelleras rubias en redadas por el viento, que hacía bailar las cortinas, saludándolas a su paso. Convirtiéndose en efímeras esculturas de aire.
Un cuarteto de ensueño, que como Gueisas, ha hacer feliz a su señor se disponían.

Después de las presentaciones y antes de despedirse, con un guiño de complicidad, abrió una caja de madera y me tendió una bolsa, con otras pequeñas, al interior de esta.

Cada uno se marcho con sus acompañantes. A una de ellas, la conocía de un programa, que pasaban en la tele Italiana. Y la otra chica un poco mas baja, pero con un cuerpo y una clase que son raras en la misma persona.

Llegamos a un gran camarote, nos duchamos con agua de mar dispuestos unificar sabores. Sentados en el sofá, la gran rubia abrió las hostilidades, preparando tres rayas que no se las saltaba un galgo. De una farla, que ni en mis viajes por Sudamérica, probé tan pura.

Úrica, que supongo era el nombre de guerra de la gran rubia, conocía bien las hartes, de la batalla que se preparaba. Acaparó toda mi atención, mientras su colegui se despistaba, preparando unos tequilas. 
La grande pasó al aseo y aproveché para conocer a la Francesa.

Se acercó ami tímidamente y en su lengua me pregunto algo. Como yo no entendía, por señas le invite ha sentarse ami lado, Le cojo su mano y con asombro sentí que temblaba.
Busque su mirada con la mía y no pude hacerlas coincidir. Las sensaciones que trasmitió a mi mano temblorosa, por el tacto de la suya. Eran dela misma intensidad que su mirada esmeralda, que al final pude acariciar con la mía.

Cerré los ojos para descansar mi alma reflejada en su extrañeza.
De aquella corta, pero intensa paz, las lagrimas que afloraron a ellos. Me obligaron ha abrirlos y me vi envuelto en su calma.

Y para culminar la noche, hicimos largos de amor, en la redonda cama de agua.

Me despertaron unos golpes rápidos y contundentes en la puerta de mi camarote, miré a cada lado de la cama, constatando que estaba solo. Los insistentes golpes me llevaron hasta la puerta, abrí y allí estaba el joven, que hizo subir las chicas la noche anterior.
Míster Peeter le espera para el desayuno en media hora. Tuve tiempo de darme una ducha esta vez de agua dulce.

Me recibió, con el mismo gesto cómplice, que me había despedido. Preguntándome, si había dormido bien, asentí con la cabeza y me senté en la mesa. Quiso saber, después de haber echo un gesto a la sirvienta, para que me diera el desayuno.
¿Como han estado las chicas?
La grande muy generosa y la otra más tímida, pero haciendo la media salve mi noche.

Le pregunté si les podía decir adiós, respondió a Úrica si, pero la otra estaba camino del aeropuerto. Con destino de algún país árabe, para integrar un harem o algo así.

Me despedí de mi anfitrión con un haré lo necesario y un fuerte apretón de mano.

Estuve vigilando a los dos hombres y a la chica, estaban muy pendientes de los movimientos de esta. Introduje la mano en la papelera, dejando caer las cerillas encendidas, con los petardos.
Creando una gran confusión.
Entre carreras y gritos, llegué donde estaban los tres, agarré el brazo de la joven y la hice volar literal mente hacia la escalera, por la que había previsto escapar.
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Fue la semana mas luminosa de mi existencia, que guardo con mucho celo, en mi jardín secreto.
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Entramos por el parking al abrigo de miradas indiscretas, un hombre nos esperaba en la puerta del ascensor.
Cuando el aparato se paró, nos dirigimos a la habitación, donde le harían la estética al día siguiente. La deje en las manos de mi amigo Carlos, el propietario de aquella clínica, perdida entre los frondosos bosques de pinos. Le dije al cirujano:
“nada de fotos y volveré a buscarla cuando me llames”
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La joven estaba paseando por el parque sombreado, por los verdes arboles, haciendo conocer su nuevo rostro a aquella naturaleza.

Cuando escuchó el frenar de un coche, en el camino que aboca en la clínica, tomó un escondite y pudo observar la escena de cuatro corpulentos personajes, que cerraban las puertas, con las ruedas hundidas en la grava.

Encorvó su silueta y replegada sobre ella, alcanzó un anexo del gran edificio, donde guardan los jardineros sus herramientas. 
Se enfundo con celeridad en un mono que vio colgado en la pared, con tres patadas arranco la moto, se puso el casco y se perdió en la natura.

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