El auto circulaba en dirección
de mi paraíso mi casa mi taller, mi mundo pequeño y hermoso, donde olvidó todos
los males que la vida nos infringe.
Joan empezó a confiar en mi,
cuando pudo contrastar las informaciones mías, con aquellas que escuchaba en la
radio. Y desde la charla con su cuñada, me miraba más amablemente.
Y continué mi narración, cuando
entramos en la ruta dirección Barcelona.
El verano de hace unos años,
tenia que hacer un trabajo en Ibiza, el mismo que realicé, en otras islas. Dejar todo limpio
de las mafias, que después de la muerte de Franco. Intentaban instalarse a cualquier
precio, en nuestros pequeños paraísos tranquilos.
Una noche estaba invitado a aúna
fiesta en un lujoso yate, que mojara en el puerto Ibicenco. Este pertenecía aun
industrial Alemán, conocido por sus fiestas, en todos aquellos puertos.
Peeter el anfitrión y gran
inversor, en todas aquellas islas, me hizo subir ala primera planta, donde se encontraba su
despacho.
Un tipo de al menos ciento
cincuenta kilos, de mala leche y buen vividor, rodeado de un lujo obsceno.
Sabia ser adorable cuando algo le
interesaba. Con una gran sonrisa de bien venida, me invitó ha sentarme, en un esplendido
sillón largo de cinco metros y en piel negra de pantera. Con algunas piezas, incrustadas de marfil y de oro blanco.
Fue de inmediato a lo que le interesaba, ordenándome avanzar la cadencia de mi trabajo. Pues decía, que empezaban
instalase
seriamente los Italianos y otros.
seriamente los Italianos y otros.
Sin dejarme hablar, siguió
diciendo que si acababa mi trabajo, para navidad. Tendría un buen empezar de año,
con una abultada cuenta en Suiza.
Yo que siempre voy a lo esencial. Le dije que si tenia carta blanca, aquello estaría zanjado rápidamente.
Con una sonrisa de pastoso, me
propuso la ayuda que necesitara. Llamó a alguien de su equipo, diciéndole, haz
subir alas chicas.
Me sirvió el mismo, un vaso de
vino de vendimias tardías. Explicándome que las uvas para hacer este
“divino” se recolectan alas cinco de la mañana, cuando hace una temperatura negativa. Para
evitar que los gajos no se dañen, ya que son casi uvas pasas.
Aparecieron las cuatro
cabelleras rubias en redadas por el viento, que hacía bailar las
cortinas, saludándolas a su paso.
Convirtiéndose en efímeras esculturas de aire.
Un cuarteto de ensueño, que
como Gueisas, ha hacer feliz a su señor se disponían.
Después de las presentaciones y
antes de despedirse, con un guiño de complicidad, abrió una caja de madera y me tendió
una bolsa, con otras pequeñas, al interior de esta.
Cada uno se marcho con sus
acompañantes. A una de ellas, la conocía de un programa, que pasaban en la tele Italiana.
Y la otra chica un poco mas baja, pero con un cuerpo y una clase que son raras en la
misma persona.
Llegamos a un gran camarote, nos
duchamos con agua de mar dispuestos unificar sabores. Sentados en el sofá,
la gran rubia abrió las hostilidades, preparando tres rayas que no se las saltaba un galgo. De una
farla, que ni en mis viajes por Sudamérica, probé tan pura.
Úrica, que supongo era el
nombre de guerra de la gran rubia, conocía bien las hartes, de la batalla que se preparaba.
Acaparó toda mi atención, mientras su colegui se despistaba, preparando unos tequilas.
La grande pasó al aseo y aproveché para conocer a la Francesa.
La grande pasó al aseo y aproveché para conocer a la Francesa.
Se acercó ami tímidamente y en
su lengua me pregunto algo. Como yo no entendía, por señas le invite ha sentarse ami lado, Le cojo su mano y con asombro sentí que temblaba.
Busque su mirada con la mía y
no pude hacerlas coincidir. Las sensaciones que trasmitió a mi mano temblorosa, por el
tacto de la suya. Eran dela misma intensidad que su mirada esmeralda, que al final pude acariciar con
la mía.
Cerré los ojos para descansar
mi alma reflejada en su extrañeza.
De aquella corta, pero intensa
paz, las lagrimas que afloraron a ellos. Me obligaron ha abrirlos y me vi
envuelto en su calma.
Y para culminar la noche,
hicimos largos de amor, en la redonda cama de agua.
Me despertaron unos golpes
rápidos y contundentes en la puerta de mi camarote, miré a cada lado de la cama,
constatando que estaba solo. Los insistentes golpes me llevaron hasta
la puerta, abrí y allí estaba el
joven, que hizo subir las chicas la noche anterior.
Míster Peeter le espera para el
desayuno en media hora. Tuve tiempo de darme una ducha esta vez de agua dulce.
Me recibió, con el mismo gesto
cómplice, que me había despedido. Preguntándome, si había dormido bien, asentí
con la cabeza y me senté en la mesa. Quiso saber, después de haber echo un gesto
a la sirvienta, para que me diera el desayuno.
¿Como han estado las chicas?
La grande muy generosa y la
otra más tímida, pero haciendo la media salve mi noche.
Le pregunté si les podía decir adiós, respondió a Úrica si, pero la otra estaba camino del aeropuerto. Con
destino de algún país árabe, para integrar un harem o algo así.
Me despedí de mi anfitrión con
un haré lo necesario y un fuerte apretón de mano.
Estuve vigilando a los dos
hombres y a la chica, estaban muy pendientes de los movimientos de esta. Introduje la mano en la
papelera, dejando caer las cerillas encendidas, con los petardos.
Creando una gran confusión.
Entre carreras y gritos, llegué
donde estaban los tres, agarré el brazo de la joven y la hice volar literal mente
hacia la escalera, por la que había previsto escapar.
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Fue la semana mas luminosa de mi
existencia, que guardo con mucho celo, en mi jardín secreto.
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Entramos por el parking al abrigo
de miradas indiscretas, un hombre nos esperaba en la puerta del ascensor.
Cuando el aparato se paró, nos
dirigimos a la habitación, donde le harían la estética al día siguiente. La deje en las
manos de mi amigo Carlos, el propietario de aquella clínica, perdida entre los
frondosos bosques de pinos. Le dije al cirujano:
“nada de fotos y volveré a
buscarla cuando me llames”
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La joven estaba paseando por el
parque sombreado, por los verdes arboles, haciendo conocer su nuevo rostro a aquella
naturaleza.
Cuando escuchó el frenar de un
coche, en el camino que aboca en la clínica, tomó un escondite y pudo
observar la escena de cuatro corpulentos personajes, que cerraban las puertas, con las
ruedas hundidas en la grava.
Encorvó su silueta y replegada
sobre ella, alcanzó un anexo del gran edificio, donde guardan los jardineros sus
herramientas.
Se enfundo con celeridad en un mono que vio colgado en la pared, con tres patadas arranco la moto, se puso el casco y se perdió en la natura.
Se enfundo con celeridad en un mono que vio colgado en la pared, con tres patadas arranco la moto, se puso el casco y se perdió en la natura.
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